El fascismo ha vuelto. Quizá no se fue nunca. A lo sumo se
fueron para afilar los cuchillos. Están aquí. En el congreso y en el senado español, en los parlamentos
autonómicos, en los ayuntamientos, en las grandes corporaciones, en la bolsa y
en la calle, cruzándose con usted. Es la derecha del PP y quienes les jalean.
Están en los medios, en la TVE1, en
Intereconomía, en La Razón, en El Mundo, en la COPE. Están aquí y pareciera que
están para quedarse hasta la eternidad de los tiempos o hasta que digamos basta.
Han ganado, sí, pero eso nos les blinda para hacer de su capa un sallo y de la
democracia un prostíbulo. Y mientras la
gente decente vive desconcertada ante este canibalismo social que nos gobierna,
muchos de ellos, gente canalla, ignorante, sin escrúpulos o negligentes del verbo y la palabra, se pasean envalentonados.
Ellos, esa clase de vividores por cuenta ajena, ha hecho de
la política una ciénaga apestosa y han convertido la indecencia en norma y la
regla en el rigor del cinismo:
jueces, fiscales, tahures, ricoshombres, traficantes laureados, mafiosos
condecorados, corruptos jaleados, vendedores de éxtasis robados, defraudadores, abogados del diablo y de quien se ponga un
millón por montera; todos ellos se han adaptado como camaleones a la canallesca
de nuestros días. Al hermetismo de la esquizofrenia.
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