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El fascismo que nos gobierna


 Ya no se reprimen, no ocultan sus formas, tampoco amagan los golpes; los devuelven con intereses y además en diferido. Ya ni tan siquiera les importa el formulismo, el protocolo ni el qué dirán. Al revés, alardean de su soberbia envalentonados y pasean con descaro mostrando su peor catadura, la del gangrenado por un poder mal empleado, la del analfabeto presuntuoso, la del retórico de dudosa legitimidad para hablar en nombre de la honradez. Han llegado a un punto de no retorno y no están dispuestos a renegar por ello. Viven encanallados pero disfrutan. Hacen y deshacen leyes escritas tras años de memoria y sangre. Pero les da igual. Por eso Mariano Rajoy ha optado por la pestilencia del despotismo como sustituto de la democracia que desprecia. Los fascistas que nos gobiernan y los que desde las trincheras les alientan y envenenan entienden la política como el manejo de los intereses públicos en provecho de lo privado. Nada más. Por eso engañan, mienten, manipulan. Por eso ya todo les es indiferente. Han emprendido un camino que saben enfangado y miran para otro lado, donde la mirada de la gente nos les devuelva el amargo sabor de traición cometida. Hablan, actúan y simulan sabiendo que todo ello se sustenta en la mentira, la perversión y la corrupción de sus vidas, públicas y privadas. Son así, siempre han sido así en este reino de España reconquistada. En este reino sometido a golpe de machete legislativo. Entienden el deber como aquello que les impulsa a la obtención del lucro por la vía del deseo. Y en eso han convertido la administración de los asuntos públicos de los que se creen propietarios para su mercadeo, venta y distribución. Se fueron alguna vez, pero solo para afilar los cuchillos. En sus genes llevan escritas unas cuantas palabras que han hecho temblar la historia. Y quieren volver a escribirlas en nombre de ciertas señales cargadas de sangre. Han hecho de la infamia una asignatura, y del miedo y la amenaza sus mejores armas de destrucción masiva. El pueblo, la gente, la ciudadanía rescatada para el soborno les importa poco o nada. Salvo para convertirlos en la excusa de su perversión y utilizar su nombre en vano. El resto es pura metafísica de saldo. Han transformado todo lo que tocan en un estercolero viciado. El Congreso, el Senado, las diputaciones, los ayuntamientos y hasta la comunidad de vecinos donde viven y gobiernan padecen una contaminación de alta densidad. Siempre han sido así. Ahora los vientos soplan a su favor y creen que eso les otorga patente de corso. Incluso para hacer girar el eje de la tierra movido por una mayoría política pervertida. Porque una democracia prostituida les permite gobernar por decreto sin que nada ni nadie ponga remedio a tamaña devastación. Saben lo que hacen. Siempre lo han querido hacer así. Lo suyo es lo primero. Lo segundo sus amigos y círculos cercanos extendidos hasta el abrevadero familiar. El resto es pura simulación para seguir acumulando, para seguir dominando. La banca siempre gana. Siempre al mismo número, siempre al mejor postor. Todo está atado y bien atado en nombre propio, particular y privado. Abanderan ideas que dan miedo, que creímos olvidadas, pero de ellas viven y con ellas conviven. Juegan sucio con las certezas y maquillan los desengaños. En eso son expertos. Compadrean con la iglesia y sus gobernadores almidonados de falsa caridad. Se relacionan con jueces, fiscales y jerarcas de la justicia sospechosos de todo menos de justos y honrados. Pero siguen ahí, exprimiendo las arcas públicas en su propio beneficio y el de sus círculos económicos más íntimos. Porque ellos les sostienen: desde el grupo Ibex35 hasta la propia monarquía enfangada en sucios negocios. Y es que la acumulación, la avaricia, la codicia y la mezquindad son sus mandamientos reconvertidos. A ellos se deben en nombre de un dios que siempre está sentado a su derecha. Ni escuchan ni oyen. La oposición política no es un valor para ellos. Porque ellos se creen la verdad. Sea o no verdad. Lo suyo es alterar todo el orden que juegue en su contra. Por eso ahora quieren recuperar el Tribunal de Orden Público. España es ya un sangrante matadero cuyos despojos serán comprados al por menor por unas cuantas familias a las que ellos se deben. A las únicas que ellos representan. Por eso y solo por eso están descuartizando este Estado social que ni siquiera ha llegado a la mayoría de edad. A ellos les importa el mercado y a éste venderán los despojos de esta cacería en nombre de la deuda pública inventada, de la eficacia altamente ineficiente y del déficit de dudosa reputación. Han convertido la marca España en un cortijo presto y dispuesto para el expolio. Puro invento al servicio de una casta ignominiosa. Saben que tienen todo a su favor y aprovecharán este tiempo de negrura para engrandecer sus egos y sus cuentas corrientes. De la moral, su moral, mejor no hablar. Han vivido siempre del pecado que dicen condenar. Tal vez su única moral se asienta de la cintura para abajo. Y ni eso. Se creen profetas pero sus cantos declaman como jaurías envenenadas de inquietud. Dan miedo. Y quieren dar miedo. Podían tener vergüenza, pero el músculo que la mueve lo tienen atrofiado. Les guía la venganza. Proceden de familias que ganaron una guerra a golpe de pistolón y cuneta. Y ellos tratan de cavar nuevas tumbas donde enterrar a quien moleste. Sin que se note. Sin que corra sangre. Aunque todo se andará. Les guía, como desde hace cientos de años en este reino de España de memoria corta y mirada cansada, la represalia y la revancha. Todo menos esa pasión democrática de que dicen estar hechos sus curriculums de dudosa reputación. Están aquí. Cada vez más cerca. Cada vez más matasietes, sin miedo alguno a ningún tribunal, ni fiscalía, ni poder judicial. Todos ya juegan a su favor. Y lo saben. De ahí la barra libre que tienen en todos los ministerios, estamentos, empresas y centros de poder que les rinden pleitesía. Si por ellos fuera construirían un mundo donde el porvenir fuera una agonía sin desenlace. Ganaron una guerra. Y no quieren perder la paz. Aunque ello les cueste otra guerra. Silenciosa, blanda, amable, travestida, despótica, sí, pero necesaria. Todo en nombre de una Europa encanallada y sometida a otra casta de más perversa mirada. Y de un capital envilecido que se dice llamar neoliberal. Hablemos alto y claro, como Miquel Martí i Pol. Estamos donde estamos. Más vale saberlo. Sabemos que somos herederos de tiempos de dudas y renuncias, sí. De ruidos que nos ahogan las palabras, también. Pero no nos sirve de nada ni la añoranza de viejos tiempos ni la sublime melancolía de tanta desesperación. Tenemos lo que tenemos, ese espacio, ese tiempo que nos ha tocado vivir. Así que pongámonos en pie otra vez. Que los fascistas que nos gobiernan sientan de nuevo el miedo. Que el miedo cambie de bando, como dice Juan Carlos Monedero. Que no se quede siempre en el mismo lado. Gritemos. Volvamos a gritar. Porque todo está por hacer y todo es posible. Lo dijo el poeta pero también resuena en el eco de la historia

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