Ulrich Seidl es un director desconocido en los circuitos comerciales más convencionales. Es un director austriaco que se ha convertido en una referencia al grabar en seis horas tres películas que llevan por título general Paraiso. Amor, Fe y Esperanza son sus subtitulos. El cine de Seidl es provocador, al estilo del novelista francés Houllebecq, sus películas son duras, hirientes. Y es que la experiencia de ver Paraíso en sus tres fases, te deja turbado. Amor va del turismo sexual femenino. Y el arranque de esta película es difícil de olvidar.
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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