Un amigo, infiltrado en el COI, me ha informado de lo siguiente: amigo Paco, la clave de la eliminación de Madrid 2020 como sede olímpica no ha sido ninguna de las señaladas por los medios; aunque alguna se acerca. Verán, según este amigo de toda confianza y cuyo nombre no revelaré, me ha dicho que en la penúltima reunión del Comité se desató una gran discusión acerca de la posición de Madrid y España en el contexto político y económico europeo. Ciertos pesos pesados del Comité encargado de la elección pusieron sobre la mesa de deliberaciones su puesto a disposición del Comité si Madrid era elegido como sede olímpica. Alegaron que la cifra económica presupuestada y presentada ante el Comité no era real. Madrid iba a gastar más, mucho más de lo presupuestado. Y eso a ciertos miembros les pareció una indecencia temeraria teniendo en cuenta como sobreviven seis millones de parados. Pero la clave no ha estado ahí. La clave ha estado en la poca confianza en la clase política y, sobre todo, en la casta bancaria. Ciertos elementos "rojos" del Comité expusieron sus dudas respecto a esta casta que se encargaría de poner encima de la mesa los millones de euros en forma de créditos. No se fiaban. No se fiaban de los banqueros españoles. Más empeñados en su propia usura, beneficio y acumulación, que en su buena disposición al servicio de un país en bancarrota. Pues eso, que en el COI han pensado que seleccionar Madrid 2020 sería una imprudencia en diferido. Pero peor aún. Hubiera sido conferir barra libre a una banda de trileros dispuestos a hacer de los Juegos, un juego más a su favor, el de la corrupción permanente.
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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