Hasta anteayer no sabía nada de James Salter (Nueva York 1925). Nada. Hoy no puedo dejarlo.
No puedo. Sé que a veces, se exageran las recomendaciones. Pero esta no. Quien
lo ha probado, repite. Y no una. Una docena de veces. Me ha atrapado su libro
de memorias Quemar los días. A medida
que iba leyendo sentía que un océano lleno de memoria se puede interponer entre
alguien con biografía y territorio por donde se desparraman sus idas y venidas,
como es su caso, y alguien con varias memorias desperdigadas por territorios prestados, como es el mío. Salter emociona. No es un lírico, ni un constructor de frases biensonantes, ni un artificiero de las emociones, es pura vida reconstruida por el filtro del tiempo. Su libro, al menos este, te arrastra
por una realidad como nunca la habías visto. Les dejo con un fragmento de
Marcos Ordoñez, otro enamorado de él, para que se hagan una idea, aunque lo mejor es disfrutarlo a solas, sin intermediarios
“A menudo, por la mañana, antes de ponerme a
escribir, leo unas páginas de Salter, como el diapasón que ha de darme la nota
exacta, el impulso y el tono. Leo a Salter para que me limpie la mirada, como
aquellos espejos negros que utilizaban los impresionistas cuando no veían con
claridad los colores. Consejo para escritores jóvenes: si alguna vez os
encontráis bloqueados, leed a Salter. Si estáis perdidos y creéis que lo que
estáis haciendo ya no vale, leed a Salter. Si creéis que habéis conseguido una
página insuperable y no hay forma mejor de expresarlo, leed a Salter”.
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