Pamplona, la ciudad donde vivo, padezco y me enredo, donde me harto de ella y donde disfruto de su provincianismo flaubertiano, donde los últimos días de verano huelen como las amantes más bellas, donde todo el mundo tiene un odioso destino, sobre todo en invierno, y donde reina el orden, la autodisciplina y la obsesión por la salud, pero también donde los vicios más escandalosos rompen los moldes de una ciudad que es rehén de prolongado estreñimiento político. Aquí vivo y soporto a mis gobernantes municipales. Mejor dicho, no los soporto, pero la dictadura de una democracia incompleta, me obliga a reconocerlos. Hago como que no veo y miro para otro lado. Pero hoy no he podido.
Hoy el Pleno municipal (apoyado por UPN y PSN) ha condenado, sí, condenado el despliegue de una bandera, la ikurriña, el día 6 de julio en pleno chupinazo sanferminero. No me digan que esto no es una patología para hacérsela mirar. Por mucho que el acto en sí rompa las normas y las formas. Y esto también es discutible. Por que, ¿qué hubiera pasado si hubiera sido un globo aerostático de Coca-Cola? Y es que el hecho no fue trascendente, es más, fue intrascendente comparado con los hechos denunciables que cada día nos escupe la realidad. Y más aún, esa bandera es parte del alma de muchos navarros y navarras. Parte de su identidad. Aunque no guste a ciertos gobernantes con patologías para hacérselas mirar.
El paro, los desahucios, las muertes violentas de mujeres, la pobreza, los recortes, las privatizaciones, el desmantelamiento de los servicios públicos, el uso y el abuso de las formas dictatoriales de la democracia parlamentaria, la corrupción abierta y en directo, la usura bancaria.., no me digan que no hay razones para condenar. Y sin embargo mis gobernantes se estrenan poíiticamente con una condena intrascendente. Porque la gente está condenada por otro tipo de necesidades que, al parecer, no cuentan. Eso se llama gobernar con estilo, entender la vida. Mejor que se lo hagan mirar.
Comentarios
Publicar un comentario