Nada queda por explicar, ni por entender. Ya no importa. No queda ni siquiera tiempo para el enfado, tampoco
para el lamento desdichoso. Y no, no es derrotismo conformista. Porque
todo está dicho y pareciera que hasta expiado. Esta bastarda realidad, porfiada
por un tropa de tiburones sin alma ha
arrasado nuestros sentidos. Por
la calle caminan trozos de vida
esquilmada revestidos de jirones de culpa involuntaria. Sometidos
por una verdad tinturada de disfraces.
Primo Levi dice, en su libro La
Tregua, que lo inexplicable resulta a la larga asumible, digerible, incuestionable. Por ilegible, incapaz de ser ya
razonado. Más allá de toda posibilidad. Y sin embargo, la declaración de Moustaki
emerge poderosa, más allá de todo paleojipismo amable y condescendiente. .
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