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Una madre

Julia Rojas con su hijo Manolo, de 12 años, en su casa de Sta. Coloma. Fotografía: Danny Caminal


Hay noticias que te despellejan el alma. Que te sacan  el perfil del malvado que todos llevamos dentro. Esta es una de ellas. Una madre desgarrada por el dolor de un hijo autista con brotes psicóticos, que se autolesiona y  agresivo con los demás. No tiene conciencia de ello. Como de casi nada. Tiene una discapacidad reconocida del 65% y es dependiente grado 2. Por esta circunstancia a Manolo, como así se llama, le concedieron en el año 2009,  426 euros. Con los recortes se ha quedado en 268 euros. Su madre, Julia, no trabaja, -dejó un trabajo fijo para cuidar a su hijo- pero si lo hiciera fuera de casa, perdería esta ayuda. Su marido cobra 1000 euros de paro que se acabarán en cinco meses. Después la nada y el vacío, como una invocación al insomnio. Julia dejó todo por cuidar a su hijo. Hipotecó su vida, su trabajo,  su presente y hasta su futuro ennegrecido hasta la secularización de sus propias lágrimas. 
Hoy se ha conocido que Urdangarin incrementó su patrimonio de 30.700 euros a 571.800 euros en siete años. Es decir, galopó sobre la abundancia desmedida  sin que nadie lo evitara. Mientras eso ocurría,  Julia ha perdido parte de su vida entregada a su hijo, a quien le cuesta vivir. Y también multiplicó su desesperación.  Pero parece que estas historias se quedan en la individualidad de la provocante  vergüenza  de un presente apestoso. Como la fisonomía de un fracaso anunciado. El de un país sumido en la carcoma.

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