En el libro Limónov, de Emmanuel Carrère, uno se lleva múltiples sorpresas. Asiste a una biografía tensada por una lírica poderosa acerca de un hombre intenso. A veces vomitivo.Un hombre que, a simple vista, como cuando uno contempla un altercado desde la acera de enfrente, puede desagradar, repeler, pero que a medida que avanza el relato, llega a resultar inquietante. Porque sus postulados, los de Eduard Limónov, son tan contradictorios como la rectitud de un estalinista a pie de obra. Eduard Limónov existe. Y vive todavía, no es una invención de Carrère. Desde aquí sugiero su lectura. Porque la historia de la antigua CCCP, aquella de las camisetas de nuestra juventud más radical, se explica sola.
En un momento dado, en la página 323, se menciona la película Quemado por el sol, de Nikita Mijalkov, de quien el autor señala heredero de la nomenklatura cultural, amigo de disidentes siempre que el contacto con ellos no reporte riesgos y favorecido por todos los regímenes rusos. Un film que, a buen seguro, a Limónov no habría gustado nada, tan enganchado con el viejo leninismo, pero que sentó tan bien a la crítica occidental.
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