En
esta mañana luminosa, los arboles urbanos se desperezaban del invierno y ya
emitían señales olorosas. Caminaba bajo el narcótico efecto de un café cargado
antes de volver al trabajo. A la altura del Museo de Navarra, en esta Pamplona puesta a dieta por sus dignatarios , oía los acordes desacompasados
de una vieja canción popular vasca
entonada por un coro de niños y niñas. NO tenían más de ocho años. Iban en parejas y en
formación. Sus voces, ingenuas, llenaban el hueco de una época triste y sometida. El sol,
la luz que reventaba contra el frontispicio del Museo, el eco de esa canción y
esa hilera de vida que caminaba de la mano, me provocó un extraño escalofrío
de placer. Había comprado hacía dos minutos el periódico del día y en la
portada aparecía la foto de una mujer chipriota que enarbolaba una pancarta con
el lema ¡ Merkel Kaput ¡. Crucé las dos sensaciones y se produjo un choque que
me descargó una rabia contenida. Me dije a mi mismo si no seríamos capaces de
defender a aquella generación que hoy tiene ocho años de la furia bastarda de un
sistema sin alma. Aquellos infantes se dirigían al Museo de Navarra para
participar de alguna actividad que completase su enseñanza y aumentase su
cultura y su educación. Me dije si no seríamos capaces de proteger a esa generación de la
sangrienta carnicería que nuestros gobernantes
han organizado. Si no seríamos capaces de protegerlos de este despiadado presente. Me maldije por si acaso.
Leí
a continuación la columna de Millas, la de los viernes en El País, y comprobé que la mentira, la tergiversación y
la falsedad se había adueñado definitivamente de España. Y
algunos hasta cobraban por hacernos creer que esto no tenía nada que ver con nosotros.
Porque esto jamás ha existido. Todo es mentira y aquí solo se entonan canciones infantiles, como la de esos niños
que hoy he visto delante del Museo de Navarra en busca de un trozo de verdad.
La del tiempo pasado.
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