La verdad es que no sé qué hay de real en todo esto. Porque la calle ha vuelto a llenarse. Pareciera que recuperase el brillo de antes; la gente ha vuelto a juntarse, las pancartas se agotan, la utopía ha resucitado, el desencanto, parece, que pasó a mejor vida, incluso la violencia social ha vuelto a reivindicarse. Hartos de ver como a diario las líneas rojas se sobrepasan hasta dejar un reguero de sangre, de ver cómo la crisis es solo la excusa de la nueva dominación; los movimientos sociales mueven y remueven sus placas tectónicas. Cada día surge un grupo, un colectivo profesional, una asociación, una entidad que moviliza, que convoca, que grita y reivindica, que trata de unir contra esta carnicería sin piedad. La calle está llena de mesas con firmas, gentes que promueven tal manifiesto, cita, concentración o incluso hay quien resucita el frente popular para cambiar de régimen. Y es que pareciera que estamos a punto de la revuelta, del estallido social. Y me pregunto si es real, si esto va en serio o son amagos enrabietados fruto de la desesperanza creciente y sin fin.
Sí, es verdad, el nivel de movilización está alcanzando cotas inimaginables hace tres años. Incluso quien estaba dormido, despierta de su letargo. En medio, los partidos políticos asisten atónitos ante tamaña demostración de fuerza e ilusión. Sus esquemas se han visto superados. Nadie sabe a dónde va a ir a parar toda esta nueva euforia desordenada. De esta casi olvidada capacidad de reclutamiento y congregación, porque en medio de este lodazal, de esta mezcla de ilusión y desolación ilimitada, surgen dificultades y dudas y resistencias. Ya lo decía la pintada: Ahora que sabíamos las respuestas, nos cambiaron las preguntas. Y el qué hacer nos pilla un poco desenfocados. Más aún, el poder, el de verdad, no la clase política hegemónica, tiene una enorme capacidad de absorción de las resistencias. Como dice el historiador J. Fontana, que las cosas vayan a peor no es imposible. Porque a lo único que el poder tiene miedo es a que las reglas del juego se vean amenazadas. ¿Estamos ahí?
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