La realidad, o lo que queda de ella, lo que nos deja ver el PP de ella, es
como una nube contaminada. Crea adicción. Resulta complejo salirse de su
toxicidad. Nos atrapa. Cada instante supremo de corrupción se muestra
inclemente. Pero los directores de juego, de este juego sucio, de este barrizal en que se ha convertido la
política española, y la navarra, la madrileña, la catalana y todas, o casi todas las políticas territoriales,
negarán no tres, sino tres mil veces que esto no está ocurriendo, que ellos no
son, que ellos no han sido, que todo es una conspiración. Que Bárcenas no es
Bárcenas y que es de noche cuando en realidad han bajado las persianas.
Insistirán en la conspiración. Como la
judeomasónica franquista o la aznarista del 11M. Ese es el juego. De eso se
trata. De negar y de seguir negando hasta el infinito lo que ocurre, o de
afirmar que esta realidad bastarda y contaminada es un espejismo. O si se
nombra, de llamarla de otra manera, de cambiar el orden de las cosas o incluso
de alterar el eje de rotación de la tierra si es preciso. Y mientras, los demás,
el pueblo, la gente a pie de obra, a pie de calle, los once millones de pobres,
no existen, son solo espejismos de cera, números invisibles, estúpidos y farsantes, ¡Que se
jodan ¡ Qué más da, qué más nos da.
El PP, sus medios de
presión, sus voceros mediáticos, sus barrenderos, sus funcionarios del
infierno, sus acólitos, profetas, sicarios, facinerosos y gentes del desorden
español, saben que esto está a punto de estallar, que esto no soporta más
tensión. No obstante seguirán insistiendo en tensar el arco de la historia, en
tensionar aún más la realidad española con más recortes, y medidas de
contención. Y en nombre de la falsa e interesada austeridad, continuarán
desbrozando todos los sistemas de protección social que aún se sostienen en activo. Lo harán, quieren hacerlo y tratarán
de ejecutar su plan como Hitler ejecutó su Holocausto y lo justificó. Y esto ya
es un Holocausto social.
Lo dramático es que
quien en este momento puede contraponer
su poder, tensar al PP, sostenga una corrección inadmisible. El socialismo
español no puede seguir siendo condescendiente, no puede seguir guardando la
corrección política. Zizek, ese
filósofo inclemente a derecha e izquierda, dice que la ética de la verdad no
admite negociaciones. En esto hay que ser intransigente. La tolerancia no es una virtud, sino un defecto de nuestra
época. Porque la corrección política nos paraliza. De esto padece el socialismo
español, de parálisis combativa.
La calle está
clamando venganza, está ardiendo. Y ellos, los socialistas podían liderar un cambio. Y sí, lo proclaman.
Y hasta se sienten agentes de cambio.
Pero en el fondo no quieren. O no saben.
O ya les da igual. Porque la realidad les ha superado. Nos ha superando a todo
el mundo, por la derecha y por la izquierda. La calle, los problemas de la
gente, la propia grandiosidad y dramatismo de los procesos de desocialización,
de deslocalización, de fragmentación y dualidad social, la gran farsa de este
Estado corrupto, superan todos los análisis y sus herramientas de medición. Por
eso no basta con querer cambiar. Hay que saber cambiar. E interpretar los
deseos de la gente. Y es que hoy, cualquier fuerza política que no sea capaz,
no solo de nombrar lo que pasa, eso ya lo sabemos, sino de provocar un
estallido, de encender la mecha y
descargar dosis de cianuro sobre los culpables; que no ponga contra las cuerdas
a los asesinos de este presente trampeado, no tendrá la confianza popular.
Rubalcaba debe
reaccionar. Si es hombre de Estado debe hacerlo, debe pedir no solo la dimisión
de Rajoy; debe sacar a la gente a la calle, encabezar una insurrección popular,
sentirse nuevamente hombre de un partido con memoria. Sabe que eso generaría una convulsión. ¿A qué
espera?
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