Fíjense
en esta cara, en esta expresión. Detrás de ella, como un trueno arañando al
cielo, sopla el miedo apretando en el cogote, exhalando a la altura de la
coronilla. Y está la presión de la mentira atenazando y comprimiendo esos ojos
llenos de tristeza. Esa mirada se pierde entre las líneas cruzadas de la soberbia. El miedo y la mentira son un coctel explosivo. Dejan una
marca, una huella que te corroe la expresión. Te la pule como un cáncer del
pensamiento. Te paraliza. Sobre ti, el tiempo se multiplica, se convierte en un
cólico que te arrastra a la nada. No me digan que este hombre puede estar
diciendo la verdad con esa cara. No me digan que es creíble esta expresión. Está
el miedo, y la ganas de volver a casa, y las ganas de frenar los sueños que te
atormentan por la noche. Esa cara da miedo. Vive con el miedo. Pero me van a
perdonar mi indecencia, a mi me da pena. Esa cara pareciera la de un santo que se ha encontrado con un cínico. Esa cara vuelve la espalda al tiempo. Rajoy debiera rendir cuentas de todos sus olvidos intencionados. Mil
amarguras han colmado sobre él, dicen, un estremecimiento de placer. Pero esa
cara no será jamás deudora de un instante de felicidad. Ya no.
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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