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Tardes de Pamplona

Pamplona, 6 de enero de 2013

Hay algunas tardes que merecerían ser borradas del calendario. La tarde del primer día del año, la tarde del día de Reyes, algunas tardes de resaca, y otras marcadas por los dramas más intimos. Hay en algunos autores literarios una tendencia a aborrecer estos días vacíos de alma y cuerpo (Cioran, Banville, Vila Matas, Bolaño y otros) Agotadas las fiestas, estos días en que celebramos un carnaval desprovisto de máscaras, exhaustos de colesterol y celofán inflamado de sobredosis de ilusión impostada, asisto a una tarde final, final de fiestas, la del día de reyes. La vida en Pamplona algunas tardes es plana, laxa, al límite de la realidad. Más después de días de intensidad gastronómica. Pareciera que la ciudad está llena de grandes gastrónomos. Como los que el Conde de Sert relata en "El Goloso", Una historia europea de la buena mesa, cuando dice que recuerda a un "facha" de finales de los cincuenta que luego de atracarse , y con mucho alcohol en el cuerpo, balbuceaba unas aleluyas: "Beber mucho, comer fuerte y enseñarle los cojones a la muerte". Y es que uno observa los movimientos de la gente, lentos, abultados de comidas y cenas, de plantes y desplantes familiares y de encuentros inesperados y decide retirarse al confín de su hogar en busca de una buena lectura. Me he regalado la ultima novela de Alfredo Bryce Echenique, "Dándole pena a la tristeza". Ya el título me atrae. No es fácil encontrar buenos títulos, pero este autor suele aplicarse en ellos. La historia  de una familia limeña, los De Ontañeta Tristán, me sugiere la tocata y la fuga incluida de la ciudad. 

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