Los miserables. Vi la película. No hice caso a ninguna crítica. No me dejé llevar por los comentarios, ni a favor ni en contra. Me guió el guión de la novela leída hace años. Y no me defraudó. Al margen de su fidelidad o adaptación al texto original. No era lo importante. Sentí escalofríos, rabia, pasión, alegría, emoción. Un todo en uno que me anegó, en ocasiones los ojos. Sentí cuánto habíamos perdido y me revolví en la butaca. De pena y de rabia. Sentí que ya eramos de otro tiempo y que aquello que estaba contemplando estaba definitivamente enterrado. No obstante, la gente permanecía en un silencio sepulcral, como atada de pies y manos ante una pasión imposible de detener y que pasaba de largo. Por allí crujían los sueños rotos, la justicia bastarda, la sublevación deseable, el honor, la fuerza, el amor imposible, la pulsión, la voluntad, el empeño, la fidelidad, el sacrificio, la solidaridad a borbotones, la fraternidad olvidada, la redención y la supervivencia a raudales. Allí se concentraba todo el romanticismo de las grandes revoluciones, de las que somos deudores. De las que vivimos gracias a sus réditos y que estamos a punto de perder si no somos capaces de volver a las barricadas. Los nuevos Miserables están aquí, entre nosotros. Pero a diferencia de 1815, hoy asisten al funeral de sus deseos. Entonces me vino a la memoria una reflexión de Cioran, recogida en su texto Desgarradura, un texto que sirvió al rumano para analizar la decadencia humana y la insustanciallidad de los tiempos modernos. Venía a decir que después de tantas conquistas y hazañas de toda clase, el hombre solo sigue mereciendo interés en la medida que está acorralado y aprisionado, en la medida que se hunde más. Y si sigue de pie, si sigue ahí, si seguimos aquí es porque no tenemos fuerza para capitular (ya no sé si hemos capitulado), para suspender nuestra deserción hacia adelante. Volveré a ver Los Miserables y volveré a la novela de Víctor Hugo. Para cambiar mi estado de ánimo. Un antídoto contra la depresión social.
Hace 15 años escribí este artículo en Noticias de Navarra. Hoy hace 15 años de la muerte de este inmenso poeta catalán. Mientras algunos políticos analfabetos se enriquecen por el morro, mueren los poetas. A uno el cuerpo le pide mandarle a ese tal Galipienzo uno de los poemas de Miquel Martí i Pol, el poeta-obrero catalán muerto el martes pasado. Pero hay algunos hombres tan necios que si una sola idea surgiese de su cerebro, ésta se suicidaría abatida por su dramática soledad. Por eso prefiero seguir leyendo a este inmenso poeta que se ha ido en busca de un mundo donde reconstruir sus utopías. Miquel Martí i Pol fue una de las voces emblemáticas de la poesía catalana y un referente imprescindible de la identidad catalana. Un escritor de enorme carga emocional, un hombre que construía versos con los que se jugaba la vida en cada instante. Un obrero de toda la vida que empezó a trabajar a los catorce años en una fábrica de Rod...
Comentarios
Publicar un comentario