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Detrás del negro hay un negro más profundo





Hace ya unos días, asistí a una conferencia de Miquel Barceló. De entre la abrumadora variedad de temas que abordó tras su experiencia en Mali, relacionados con el arte y sus diferentes  expresiones, hubo una frase casi lapidaria que da pie a este artículo. Decía que detrás del negro, si miramos bien, hay un negro más profundo aún. Me fui de la sala pensando en esa frase y cuando salí a la calle vi  un inmenso lienzo negro sobre nuestra sociedad actual, sobre nuestros pasos que deambulan por la vida cotidiana. Sobre nuestras ideas y nuestros actos corrientes. Sobre lo que escuchamos a diario, nuestras conversaciones y deducciones. Y vi que el negro domina ya  sobre todas las cosas. Pese al inmisericorde intento de convertir la  farsa  en objeto de culto.
En ocasiones nos imponemos el color, la variedad cromática, la paleta colorista para ilustrar nuestros actos y deseos, nuestras lecturas, tan al uso de una hiperposmodernidad más que líquida que diría Bauman, ya gaseosa en estado puro. Casi difuminada en el vacío de la oquedad de Oteiza. Y veo como el negro se impone sobre el resto de los colores perdidos de esta sociedad monocromática. Lejos quedó la policromía de la abundancia impuesta por decreto, la enormidad de la cosecha de multimillonarios surgidos del obrerismo canalla  en tiempos de la abundancia, del pelotazo y el ladrillo. Lean a Chirbes y ahí tendrán la radiografía de España “Una a mamporrazos, Grande en miniatura y Libre encarcelada” que diría Juan Goytisolo (El País, Desde la otra orilla, 22.12.12).
            Detrás del negro que dice Barceló, es cierto, hay más negro. Y nadie sabe la profundidad de esa negrura, excepto los buhoneros del arte de la mentira y la extorsión, los que en la actualidad se empeñan en cromatizar con  paletazos desgastados por la ironía y el cinismo una España cuarteada por la trampa  y la ignominia. 

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