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Huelgas, división sindical y sentido (de lo) común





¿Fue un fracaso la huelga del 14 de noviembre convocada por CC.OO, UGT y otros sindicatos y colectivos sociales? Pues depende de las expectativas que tuvieran sus precursores y de la valoración de quien no la convocó o no la secundó. Y es que la división y confrontación sindical actual en Vascongadas y Navarra, -donde la situación es diferente- entre  sindicatos nacionalistas y “españolistas” o constitucionalistas, es algo que desde hace años arrastra a las clases trabajadoras y a la población a un plebiscito interior y privado por encima de decisiones o necesidades colectivas. Y esto refuerza la enorme fragmentación y tensión a que se somete a la clase trabajadora y a la sociedad en su conjunto. Donde cada huelga se convierte en un acto de fe privado más que el necesario lance colectivo.
Cabe pensar hasta qué punto una huelga planteada en medio de la división sindical, que no social, ni vital, puesto que la ciudadanía y los parados comparten problemas más allá de las divisiones identitarias, puede plantearse  con garantías de éxito. Esta misma duda es extensible a anteriores convocatorias planteadas por los sindicatos abertzales. Y es que hay razones  laborales, económicas  y vitales que sobrepasan con creces, por no decir que anulan, todo planteamiento particularista sostenido únicamente por  intereses sindicales. Y tener en cuenta esto, las dificultades reales de toda la ciudadanía, y no solo de la clientela particular, significaría recuperar la visión marxista de la historia, algo tan del gusto teórico de los sindicatos.  
Es cierto que tanto CC.OO como UGT han colaborado, de manera directa e indirecta,  de algunas reformas que han ido minando las protecciones laborales y sociales. Es cierto que han prestado auxilio social interesado a  los sucesivos gobiernos, especialmente los socialistas. Pero una cosa es haber participado de ese colaboracionismo histórico y otra tenerlos como enemigos de la clase trabajadora. No sería justo. En esta huelga su posición ha sido de confrontación y lucha contra ese modelo de relaciones sociales, económicas y laborales que está desguazando el Estado Social. Y esta huelga pretendía, más allá de la voluntad sindical,  aunar esfuerzos ciudadanos, políticos y sociales.
Si bien en Euskal Herria, como en el resto del reino de España, la huelga se presentaba  como una llamada a la lucha social y colectiva; la absurda fragmentación sindical la convertía en un ejercicio de conciencia personal, de posicionamiento privado, de segregación interior. Como otras convocatorias. Y dependiendo de esa elección, nuestra conciencia queda limpia de polvo y paja según en qué banda juguemos. Más aún, es posible que algunos se alegraran del fracaso, si es que lo hubo. La ecuación entre apoyar o no la huelga y la disciplina sindical se resuelve como cualquier exigencia religiosa. Vía creencia. Porque ésta nos  absuelve siempre de complicidades con los “enemigos”, en este caso sindicales,  ajenos a nuestra “lucha”. Y en esto, la división sindical –interesada- nos obliga  a seguir eligiendo y tomando decisiones de manera individual, al margen del nosotros colectivo, como ocurre con el resto de estrategias biopolíticas diseñadas por las factorías de dominación  del capital postfordista. La división sindical participa así de una estrategia de autocontrol  biopolítico que satisface plenamente las exigencias  del capital. Porque insiste  en la prioridad individualizada de las decisiones. En este caso  propulsada por la clientelización y  fidelización sindical.
            La actual  fragmentación sindical en Euskal Herria ignora así la voluntad social. Las clases trabajadoras, los colectivos sociales sin sindicar, mayoría entre la población activa y no activa, no siempre siguen la consigna de hacer huelga cuando lo ordenan o aconsejan  los  sindicatos convocantes; porque sus necesidades y realidades superan esas dicotomías. Sienten necesidad, eso sí,  de movilización y acción al margen de las proclamas sindicales y de las luchas por ganar la calle o los centros de trabajo a favor de unas siglas u otras. Porque la situación lo demanda día sí y día también. Y el momento requiere no solo de unidad,  sino de la revisión misma de la “huelga fragmentada con denominación de origen” como elemento de presión. Máxime si ésta se muestra tan debilitada y determinada por criterios ajenos a la propia gestión de la crisis del conflicto social y laboral.
La división actual demuestra que los sindicatos en Euskal Herria son incapaces, no ya de unir, sino de arbitrar espacios de crítica, de lucha y  resistencia común al margen de sus intereses sindicales, los cuales se alejan así de los valores de clase. Y digo esto sin participar, ni apoyar, esa corriente de opinión mediática,  populista y encanallada que pide bayoneta calada  para la función sindical. No estoy por eliminar los sindicatos. Pero en este contexto de desmantelamiento del Estado Social, es urgente que los sindicatos revisen, no ya su rol, sino las metodologías de lucha, de confrontación con el capital y sus estructuras de poder e influencia, de sus mensajes y su capacidad de reorientar dinámicas de presión. Porque hay que inventar el día a día. Partir de uno mismo, de sus necesidades y sus criterios, al margen del nosotros colectivo y revolucionario, es simplemente colaborar con la individualización que desmoviliza, divide y fragmenta capacidades de lucha y resistencia.


           


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