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Nada que decir





Miro, casi con temor y respeto a la gente. A la gente que trabaja. Una barrendera, un limpiacristales, un cartero, un carnicero con su enorme pieza sangrante  descargándola en un establecimiento, una enfermera que me extrae sangre. Los observo y creo que el tiempo ha pulido sus movimientos dejando al descubierto la pesadez que ejerce el miedo a perder sus empleos. El miedo a volver la vista atrás. Porque ya nada es como antes. Se nota en la mirada de la gente que aún trabaja. Perdidos  por sus espacios productivos caminan con el trozo que aún les queda de empleo como queriendo asirse aun tiempo remoto. Como sintiendo que con ese pedazo de empleo, precario o no, escriben gran parte del guión de sus vidas. Y en ello descansa su futuro. Pero nada más.
         Me pregunto cómo vivirán ese tiempo de trabajo. Cómo sentirán el pasar de las horas productivas algunos que tienen confirmada la sentencia del desempleo a la vuelta del corredor del paro. Para muchos el empleo todavía es una afirmación vital. Por mucho que el empleo posfordista haya dinamitado las estructuras de socialización en las que muchos nos hemos formado. La angustia, el miedo y la desconfiada  inseguridad se hacen presentes entonces en cada movimiento, ese que desencadena la angustia que nos lleva a la oficina del INEM.
Mientras tanto Rajoy y su banda de trileros, pasea por el corazón  del capital más podrido, puro al morro, alegando sensatez.  Alabando a quienes el 25S se quedaron en casa soportando la hediondez  de la mentira, la farsa y la canallada en que la gente del PP ha convertido nuestro presente. Rajoy descansa su fe y su penitencia en el silencio de los corderos. Como los que han votado en masa en Galicia. Puro miedo, inseguridad, cambalache, mafias, clientelismo, podredumbre y analfabetismo político comprado con el sí de los vencidos.  
No se le puede pedir más a este gobierno. Ha llegado a donde nadie antes había llegado, salvo cuando vinieron para afilar los cuchillos y tirar de bayoneta.  Pero al tiempo. 

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