Ayer, las huertas de Aranzadi, se volvieron grises, sin ese verdor que la historia les impuso. Han formado parte y arte de la geografía urbana de esta ciudad. Aranzadi ha sido uno de los respiraderos más socorridos de la ciudad, un paseo por la Pamplona de antaño, un viaje al pasado, un lugar para la calma y la mirada serena sobre una naturaleza en extinción. Pero en breve, si una fuerza mayor no lo impide, formará parte de la memoria traicionada. Me acuerdo de Alfredo Jaime, aquel alcalde que acabó con Lore Etxea a golpe de excavadora presumiendo de no haber leído nunca un libro. Años más tarde un atajo de analfabetos, de su misma cuerda y condición, ha decidido, amparados en la falsa mayoría democrática, acabar con ese lugar apegado a la ciudad. Corren tiempos duros. Y el fascismo triunfa en una sociedad en la que impera la decepción y la impotencia.
Sanchez Ostiz llamó a Pamplona en una de sus novelas, Umbría. Sobre esta Umbría que se acerca al otoño más triste y despiadada de los últimos tiempos, planean cuervos negros esperando posarse sobre los escombros de la trampa y la mentira. Aranzadi no es más que la continuación del negocio, de la barra libre sin concesiones, de la trama negra que esconde esta clase política sin escrúpulos. Una manera de entender la vida que no va conmigo.
Paco Roda
30 agosto de 2012
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